“Che, hay una guerra y papá se tiene que ir a contar historias”. Gonzalo Sánchez, o el periodista busca alimentar sus memorias.

El conductor, tras su experiencia como documentalista, aborda su cobertura en la invasión rusa en Ucrania, además de reflejar su pasión por el periodismo atravesado por los viajes. 

“El periodismo tenía que ser para mí en el máximo nivel posible. De entrega. Yo lo veía cinematográfico”, explica Sánchez. Al tiempo que evoca que «moría por hacer radio», hoy destaca que el afuera «ahora me encanta, es mi ecosistema».

Sánchez reconoce que vivió muchas vidas: «Todas por el periodismo. Me suelen decir que tengo el aspecto de una persona joven, adulto joven, pero con experiencia y mucho camino recorrido profesionalmente». 

El corresponsal admite que en algún momento, surgió  «el dilema entre la naturaleza y la montaña o el periodismo en la ciudad. El periodismo tenía que ser para mí en el máximo nivel posible. Quería que fuera un periodismo de súper periodismo. De entrega, de reportería clásica. Lo veía cinematográfico. También creía que era una buena manera de conocer el mundo».

Sánchez recuerda: «Vengo de una familia de clase media, del conurbano bonaerense, clásica: mi viejo un buscavidas; mi mamá, docente. Cuando planteé que quería ser periodista se espantaron. Me dijeron: “¿Cómo vas a hacer para trabajar de esto que es tan difícil, que es tan lejano a todos nosotros”. Yo quería hacerlo porque sabía que por ahí tenía la chance de conocer el mundo».

A la hora de mirar con el espejo retrovisor,  Sánchez cuenta: «Tengo un punto de partida muy fuerte con un trabajo que hice en la Patagonia argentina hace muchos años. Hace 20 años detecté que se venían los conflictos por la tierra, el desembarco de los extranjeros. Yo iba mucho al Sur a escalar y me encontraba todo el tiempo con muy buenas historias periodísticas de magnates que compraban tierras y tenían distintos conflictos con pueblos originarios, con el agua, con no sé qué. Cada vez que volvía de esos viajes del Sur decía: “Acá hay algo para escribir”. 

Ese hecho terminó por ser la semilla que definió hacia donde quería ir: «Eso desembocó en un primer libro, que fue La Patagonia vendida. Ese es mi basamento, me empecé a construir ahí. Era redactor de la revista Noticias en esa época. Pero ahí está la base de mi perfil viajero».

Sánchez se entrega a la charla y confiesa que «Lo único que quería hacer era periodismo y la búsqueda incesante de contar historias. Empecé a viajar a la India para cubrir un mundial de meditación donde había cuatro millones de personas y escapar de una casa que explotó porque sucedió una situación extraña». 

Además, evoca una experiencia en oriente: «45 días en Beijing para hacer un documental sobre el milagro económico chino. O el Amazonas. Rusia, para ir a buscar personas que estaban presas, argentinos que habían sido detenidos por Putin».

A propósito del temor, Sánchez narra que sintió «miedo real, muy pocas veces. Quizás la guerra fue una experiencia que no me esperaba vivir y ahí el miedo es un motor que te hace trabajar con mayor concentración y tratando de ser lo más eficaz posible, con una adrenalina extra que hace que solo focalices en eso, como una cuestión de autopreservación».

Pero cuando Sánchez habla de Teo, su hijo, se ablanda aún más.  «Acabábamos de volver de un viaje espectacular por la Patagonia, medio de exploradores. Le dije: “Che, hay una guerra y papá se tiene que ir a contar historias”. Ahí lloré. Ahí me puse a llorar, yo estaba quebrado, estaba requebrado…»

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