“De a poco voy aprendiendo a hacerle espacio al disfrute”. El costado menos conocido de José María Listorti.

Para José María Listorti, no se trata de un simple rasgo por el que la gente lo sigue identificando en la calle. Es mucho más que eso. El humor como “la herramienta más efectiva para enfrentar la vida. Esa actitud que alguna vez adopté, tan en serio, que se me ha hecho profesión”. 

El ex VideoMatch, a propósito de su lugar de pertenencia, revela entre risas: “Tengo un problema muy grave: sigo viviendo en el mismo barrio; hice jardín, prescolar, primaria y secundaria en el mismo colegio; me crié con los mismos amigos; y cuando salgo a comer me siento en la misma mesa. Nací en Devoto, crecí en Devoto y voy a morir en Miami”.

El cómico evoca: “Mamá empezó el trabajo de parto una noche de carnaval en una quinta de Castelar. Imaginate, año 73 y sin WhatsApp: no sabían para dónde correr. Entonces se acordaron de que un familiar, al que desconozco, tenía una clínica en ese barrio de zona sur”. 

Desde aquel entonces fue “Pototito”, una especie de bautismo de su abuela paterna. Al mirar una foto familiar, la señala como “el típico y estructurado cuadrito ochentoso de familia laburante en la casa chorizo con patio techado por una parra ¡La misma casa en la que hoy vive mi madre!”.

Pero hubo alguien que le dejó un camino marcado, una forma de manejarse en la vida. Se trata de José Miguel, su padre: “Era un tipo campechano, bien de barrio, seductor, muy hablador y a mí me gustaba verlo en su métier, rodeado por las clientas que lo adoraban”. 

“Aprendió por necesidad. Mi viejo tenía 13 años y nada para morfar. Es así que empezó a trabajar como ayudante de carnicería en una feria. Siempre me decía: ´Yo jamás esperé la ayuda del Estado´. Era parte del orgullo de esa generación de laburantes a los que les gustaba laburar”, recuerda.

El locutor egresado de COSAL, apunta que “ese culto al trabajo fue lo más importante de su legado. Papá era incansable. Lo vi trabajar toda su vida y no sólo detrás de un mostrador. Él empapelaba, limpiaba, lavaba, cocinaba y arreglaba lo que se te ocurra. Me dejó tan alta la vara que en tiempos en los que trabajo poco me da cargo de conciencia. Realmente me angustio. Pienso: ´¿Estaré desperdiciando el tiempo?´. Recién ahora estoy entendiendo que jugar con mi familia o dedicarme a la lectura del algún libro, está muy bien”, relata. “De a poco voy aprendiendo a hacerle espacio al disfrute”.

“Fue el gerente general de mi vida. Para que tengas una idea, cuando me entregaron mi primer departamento yo estaba trabajando en la cobertura del Mundial de Francia (1998). ¿Y qué hizo él? Lo pintó, tiró abajo una pared para dar lugar a un desayunador, mandó a hacer una mesa espectacular, se encargó de todo. Lo dejó listo”, expresa José María.

 “Todavía siento ese abrazo que me dio el día en que tuve que mudarme. Nunca lo había visto llorar como un nene. Cerré la puerta, me metí en la ducha, porque tenía que ir a VideoMatch, y lloré hasta llegar al canal. Pero no por la distancia, porque sólo nos separaban cinco cuadras. Yo lloré por él, por la emoción que sentía viendo mi progreso”, concluye.

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