El Guapurú, un vivero de plantas autóctonas, nutritivas y desconocidas

En la provincia de Corrientes se encuentra El Guapurú, un vivero dedicado a plantas raras y destacadas por sus cualidades ornamentales, alimenticias y de fácil cuidado.

Por Lola López

Primero lo primero, así que aquí van los nombres «raros»: guapurú, guabiyú, ubajay, ingá, mora verde, alvarillo, sacha pera, pitanga, aguai y muchas Passifloraceae nativas.

También había muchos ubajay y ñangapirí rastreros en la zona de Corrientes, pero ya casi han desaparecido. Estos son los nombres de algunas de las plantas nativas que hay en el vivero correntino El Guapurú, especializado en frutales exóticos y nativos raros, cultivados en maceta. Además, estudian, propagan y venden plantas frutales poco difundidas y recuperan especies arbóreas de la antigua colonia, ya olvidadas.

Chilto o tomate de árbol.  Foto: Juan Víctor Sánchez.

De ingeniero a «botánico»

«Desde chico que planto y regalo plantines para que las personas las conozcan y que no se pierdan las especies» cuenta Juan Víctor Sánchez, ingeniero agrónomo y experto en plantas con nombres difíciles de pronunciar. «Y así un día comencé a vender y armé el vivero, siempre motivado por mi pasión por ellas y mi sueño, que es conservar las especies«.

Una vez egresado de la facultad, Juan enseguida comprendió que ser emprendedor le resultaba más rentable que otras actividades y que, además, dedicarse a lo que realmente le interesaba le sería más provechoso económicamente, a la vez que podría financiar sus estudios sobre las especies, lo que implicaba viajes, pruebas y recolección.

Todo este amor por las plantas le viene de su madre, que es brasileña y que al mudarse a Corrientes extrañaba la variedad de frutas de su tierra y le pasó este «deseo de verdes y colores» a su hijo.

Juan y su madre comparten la pasión por las plantas. Foto: Juan Víctor Sánchez .

Una colección invaluable

El vivero está ubicado en Corrientes capital, en un terreno de 300 metros cuadrados. Pero hay algo más: las plantas «madres» coleccionadas por Juan están dispersas en unas 50 casas de Chaco y Corrientes. ¿Por qué? Por una cuestión de espacio y logística: había coleccionado muchas y, como no tenía espacio suficiente, las regaló.

Hoy recolecta material de esos lugares y los propaga en su vivero: un verdadero ejemplo de cooperación entre vecinos. El proyecto en el corto plazo es armar un vivero más grande que funcione como lugar de conservación y de estudio, junto con un pequeño café para consumir productos orgánicos únicos cultivados allí.

«En mi colección tengo cerca de 300 especies entre nativas y exóticas, es decir, plantas que son de acá y otras que provienen de otros lugares, y en venta tengo unas 80. Me falta una infinidad por recolectar, pero se dificulta porque hay muy poca información disponible en Argentina sobre estas especies» explica Juan.

«Hay gran falta de interés por parte de nuestras instituciones para estudiar los frutales nativos, por eso cuando encuentro algo debo recurrir a instituciones brasileñas para que me ayuden en la identificación» agrega Juan.

Es importante destacar que las frutas nativas son tanto o más diversas y ricas desde el punto de vista alimenticio que las que estamos acostumbrados a consumir en la vida cotidiana. Un ejemplo de esto es el llamado «arándano argentino» o guabiyú (Myrcienthespungens) que, si bien no tiene nada que ver con el arándano del hemisferio norte, el gusto y el color son iguales, con la ventaja de que está más adaptado al ambiente. Es fuente de alimento para la fauna, y posee 10 veces más antioxidantes que el de Estados Unidos.

«Arándano» argentino, que nada que ver con el que comemos. Foto: Juan Víctor Sánchez.

La pregunta inmediata es: ¿por qué será que no se lo conoce? A lo mejor porque su árbol genera leña que desprende mucho calor (ideal para fabricar ladrillos) y por eso fue talado en exceso en la región.

«Otra especie a destacar es el ‘Fruto del milagro’ (Synsepalumdulcificum) que debe su nombre a que ´milagrosamente´ cambia el gusto de los alimentos» detalla Juan. «Por eso digo que no es un edulcorante sino un enseñante: posee una glicoproteína que se pega a la boca y produce dos efectos: sella las papilas que reciben los ácidos y envía una señal al cerebro diciendo que todo es dulce y así, en general, cuanto más ácido es el alimento, nuestro cerebro lo percibe tan dulce como la miel«. ¿No es maravilloso?

Plantas convencionales y no convencionales

Juan se dedica a recolectar, estudiar y cultivar un grupo de plantas llamadas Plantas Alimenticias No Convencionales (PANC), que además son ornamentales, viven muchos años y son rústicas, es decir, que son de fácil cuidado.

Una de ellas es la Orapronobis/Orad por nosotros (Pereskiaaculeata), planta nativa que posee 20 a 30% de proteína en sus hojas (una espinaca tiene menos de 1%); otra es una nativa de la India, la Acetocella (Hibiscusacetocella), cuyas hojas tienen 23% de proteína y con la cual hacen mermeladas y cuyas flores también se comen, algo que se usa cada vez más en la gastronomía.

Otras plantas a destacar son la Topynambur y Yacon, de las cuales se comen sus flores y papas (muy consumidas por celíacos) y la ortiga gigante (Urera Baccifera) de la que se comen hojas y frutos y tiene muchas vitaminas. Todas estas plantas mencionadas se pueden cultivar muy fácilmente en las casas y en macetas. «Hacemos manejo agroecológico aumentando la diversidad de especies y con eso el control de insectos resulta más fácil» explica Juan. «Nuestro vivero es como una gran jungla, sin media sombra, sin plástico, solo árboles que protegen a los otros del frío y del calor y así tratamos de que exista un ecosistema armónico constituido por todas las especies«.

Limón matizado. Foto: Juan Víctor Sánchez.

Una dulce experiencia

Además del vivero, en el emprendimiento también se elaboran las mermeladas llamadas «Sabores de mi madre«, una idea de negocio que Juan pensó para que su mamá pudiera generar ingresos. De aquí también la intención de que el visitante tenga la posibilidad de probar estos sabores tan distintos a lo convencional y que casi nadie conoce.  

Las mermeladas se venden en el vivero, muchas veces junto con el plantín que se lleva el cliente, para que sepa de antemano el sabor de lo que compró (¡gran idea!). «Tenemos unos 30 sabores y a veces recorremos 200 kilómetros para ir a buscar una fruta determinada, pero esa es la esencia de todo lo que hacemos: mostrar la riqueza de nuestras plantas y frutales«.

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