El medio ambiente, un tema ignorado por la política.

Es necesario que el interés por atender aspectos coyunturales no tape ni relegue otros tan delicados que hacen a nuestra riqueza natural actual y futura.

Quizá no sorprenda que, pocos días antes de los comicios nacionales y con más de la mitad de los gobernadores provinciales ya elegidos, ninguno de los candidatos haya hecho mención alguna de la temática ambiental. Un silencio por demás preocupante. La vida de los argentinos transcurre bajo apremiantes y profundas urgencias que obstruyen la posibilidad de pensar en temas de esta índole. Son otras las preocupaciones: el aumento del dólar, el desembolso del Fondo Monetario Internacional, el costo de vida. Las demandas cotidianas han hecho olvidar a nuestros dirigentes que la economía argentina se basa tradicionalmente en la producción agrícola-ganadera o en sectores fabriles que guardan relación con el uso de recursos naturales. Somos una de las principales naciones productoras de carne, cereales y aceite del mundo. En la actividad industrial, las principales empresas son las productoras de alimentos y bebidas, las metalúrgicas, las automotrices, el refinado de petróleo, las empresas textiles y el cemento.

Sin embargo, ninguno de los candidatos ha dado muestras de interés o presentado planes en materia ambiental. No se trata de abordar una agenda para dar respuesta a adolescentes reclamando a adultos el cumplimiento de la palabra empeñada, sino de anticipar qué usos del suelo se promoverán, qué se hará en nuestro depredado mar, cuál será el sistema de explotación de los recursos mineros, cómo mejor conservar los glaciares, qué formas de energía se promoverán y cuáles serán desincentivadas, entre tantos aspectos que hacen a nuestra riqueza natural actual y futura. Aunque pocos parezcan tenerlo en cuenta, de todo esto dependerá el cumplimiento de nuestros compromisos, esto es el pago de nuestra abultada deuda. Pero el silencio es estruendoso. Como si no fuera posible concentrar la atención más allá del corto plazo, lo coyuntural no deja peligrosamente espacio para nada más.

Desde un lugar de omnipotencia que nos es tan propio, hemos creado una conciencia de que es posible improvisar y planificar sobre la marcha según las oportunidades que se vayan presentando. Una certeza falsa respecto de que la política ambiental, en la Argentina, puede ser sofocada en cualquier momento desde la economía o la política. El mejor ejemplo de esto es lo que ha ocurrido con el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable. El gobierno actual, que había dado un paso adelante al brindar a la autoridad ambiental un rango ministerial -algo que demostraba la comprensión de la magnitud e importancia del problema ambiental y que fue recibido con entusiasmo, especialmente por los más jóvenes- ha producido una capitis deminutio, disminución de la capacidad, ante la crisis económica y ha vuelto a transformar el área en una secretaría de gobierno. Aquí no hay misterios dedicados a esta trascendente cuestión: la forma en que se organiza una administración para abordar la problemática ambiental refleja el nivel de atención y prioridad que cada gestión le otorga.

La mayoría de los países en el mundo cuentan con una cartera dedicada al área ambiental o a la de la sustentabilidad. Solo en América del Sur, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Perú, Uruguay y Paraguay poseen un ministerio de ambiente. En Canadá existe el Ministerio de Ambiente y Cambio Climático; en Dinamarca, de Clima y Energía; en Francia, de Ecología, Desarrollo Sustentable y Energía; en Alemania, de Ambiente y Conservación de la Naturaleza.

Las pautas claras en materia ambiental no hacen sino fortalecer a un sector empresarial genuinamente productivo que puede desarrollar una gestión transparente de los recursos naturales respetando los derechos individuales y colectivos. Se necesitan empresas que generen el tan mentado triple impacto -económico, social y ambiental- para alcanzar un verdadero desarrollo sustentable. La falta de propuestas en materia ambiental no muestra sino un errático, por no decir ausente, compromiso de los candidatos con el entorno y un desconocimiento de las fuentes de sustento que requerirán las futuras generaciones.

Encontramos algo así como un consuelo en saber que la ciudadanía tiene una mayor conciencia ambiental que muchos de sus líderes y no resulta extraño que sea la gente, como lo hemos visto recientemente, la que marque la agenda ambiental con mucha mayor claridad y vocación que la clase dirigente. Pese al silencio de los candidatos, esa ciudadanía, mucho más consustanciada con la naturaleza y dispuesta a asumir un mayor compromiso, no admitirá que por razones económicas o políticas se afecten recursos que deben protegerse para el bienestar y regocijo de las actuales y futuras generaciones de argentinos. Una vez más, la agenda de la gente no coincide con la de los políticos.

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