El peligro de ser empático

A la mayoría de las personas –exceptuando a los psicópatas, por ejemplo– les afecta el dolor ajeno. El término empatía se introdujo en la psicología hace más de un siglo y ha ido ganado puntos. Hoy, a lomos de la inteligencia emocional, es una virtud de moda.

Las razones científicas que avalan su importancia tienen que ver con su contribución al vínculo social. Para muchos investigadores, la falta de identificación con los demás es la culpable de nuestros males.

Ponerse en el lugar del otro resulta imprescindible para vivir en sociedad y hasta puede mejorar nuestra salud, pero pasarte de empático puede perjudicarte. La clave está en equilibrar la empatía racional con la emocional. Un caso desgraciado ilustra este planteamiento.

En noviembre de 1923, los Ballin, una familia judía alemana, tuvieron una buena oportunidad para demostrar su nivel de empatía. Un individuo llegó malherido a su casa: una bala le había atravesado la pelvis. Lo acogieron y escondieron mientras se curaban sus heridas –de no haberlo hecho habrían sido mortales– y, al saber que era buscado por la policía, lo ayudaron a huir del país.

Protegieron al extraño por pura humanidad: no hubo motivaciones económicas ni ideológicas de por medio. Probablemente, en los siguientes años, los Ballin se cuestionarían a menudo la oportunidad de aquella acción altruista.

El herido al que habían salvado era Hermann Göring, que luego se convertiría en uno de los jerarcas del régimen nazi. El futuro lugarteniente de Hitler había recibido un disparo de las fuerzas del orden durante el intento de golpe de Estado del Partido Nacional Socialista, el llamado Putsch de Múnich, desarrollado entre el 8 y el 9 de noviembre. La solidaridad de los Ballin sirvió para que pudiera recuperarse y huir el que iba a ser uno de los máximos responsables del Holocausto.

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