La Iglesia del medievo contra el sexo

Desde el siglo IV, la Iglesia vivió permanentemente obsesionada por el sexo.

La doctrina eclesiástica era simple: toda relación carnal fuera del matrimonio era pecado y por tanto condenable. Así, en los libros penitenciales se fijaron las directrices en materia sexual.

Prohibieron las relaciones sexuales «anormales» en el matrimonio, tales como mantenerlas durante el periodo menstrual de la mujer, utilizar métodos anticonceptivos, el sexo oral, la utilización de  posturas antinaturales en el coito, la penetración anal o la masturbación mutua.

La obsesión por controlar el sexo llegó hasta tal extremo que la Iglesia reglamentó que los esposos no podían practicarlo en fechas como Navidad, Cuaresma, Pentecostés, fiestas dedicadas a la Virgen, los sábados y los domingos. Mientras, las epidemias de peste, las guerras y la hambruna llevaron a la sociedad medieval a ver en el sexo una manera de olvidarse de sus problemas.

Fuera del matrimonio, cualquier manifestación sexual estaba prohibida, con especial condena al incesto, la masturbación, el bestialismo, la homosexualidad, el uso de afrodisíacos y el adulterio.

La práctica de cualquiera de estas «perversiones» era castigada con penas de cárcel, que iban desde tres años para las lesbianas hasta quince para el bestialismo.

La Iglesia, a través de la confesión, dispuso de una notable información sobre las prácticas sexuales de los hombres y mujeres de la Edad Media, y así pudo imponer una campaña de represión que triunfó ya en el siglo XVI con la intervención de la mismísima Inquisición.

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