Las Ruinas de San Ignacio, historia pura en la provincia de Misiones

Patrimonio de la Humanidad, las Ruinas de San Ignacio es un clásico siempre vigente, que combina turismo e historia .

Por Guillermo Tagliaferri

Recorrer las Ruinas de San Ignacio, emplazadas a 60 kilómetros de Posadas, en la provincia de Misiones, remite a interpretar una parte importante de la historia y cultura locales,  introduciéndonos en los siglos XVI y XVII. Un complemento ideal para quienes viajan para conocer las Cataratas de Iguazú y la capital misionera.

En un terreno reducido, en relación al original, y que soportó años de abandono, con el lógico deterioro, se distribuye este histórico sitio que está abierto al público. Es totalmente recomendable hacer el recorrido con los expertos guías del lugar y cuyo precio está incluido en el ticket de ingreso al predio (alrededor de $ 400, y con descuentos para jubilados y residentes de la provincia de Misiones).

Las Ruinas de San Ignacio fueron una de las misiones que nuclearon a miembros de pueblos originarios bajo la administración de  religiosos jesuitas hasta su expulsión. En 1984, fueron declaradas Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco.

Una imagen conocida 

La imagen más atrayente es la entrada a la antigua Iglesia, esa foto tan conocida y difundida como postal de la Ruinas. Con cimientos de cuatro metros, se conserva en muy buen estado, pese al desamparo sufrido durante aproximadamente dos siglos. El amplio espacio de ingreso, flanqueado por las columnas originales y de estilo barroco, deja libre la puerta hacia un amplio terreno, donde funcionó la Iglesia.

El ingreso a la Iglesia, una vista típica y conocida. Foto: @guilletaglia.

En el lugar del altar están enterrados los restos de varios de los padres jesuitas que habitaron allí, entre ellos sus fundadores, los italianos Simón Mazeta y José Cataldino, cuyos nombres pueden leerse claramente en sus lápidas. 

Las construcciones conservan sus ladrillos rojos de asperón originales, encastradas en las paredes y sostenidas con una mezcla de barro y arcilla y pequeñas piedras para sostenerlos. El escudo con la frase IHS (Iesus Hominum Salvator –Jesús salvador de los hombres–, en latín) también es perfectamente visible. 

Las construcciones conservan sus ladrillos rojos originales. Foto: @guilletaglia.

La población estable era de 4.500 habitantes y 2 jesuitas. La expectativa de vida era corta, vale recordar que se trata de los siglos XVI y XVII: llegaba a los 45 años promedio. 

Las viviendas de los pobladores estaban divididas en familiares: los padres, que estaban la mayor parte del día afuera en búsqueda de víveres y materias primas; las madres, encargadas del preparado de las comidas y la crianza de sus hijos e hijas. Por eso, los patios y las cocinas eran los ambientes más espaciosos. 

Los varones y las mujeres, apenas entraban en la adolescencia y tras aprender a leer, escribir y un oficio, tenían viviendas aparte y separadas en los dos sectores opuestos. De acuerdo a sus aptitudes, se definía su futuro. 

Las viejas construcciones se mantienen en muy buenas condiciones, pese a los años de abandono. Foto: @guiletaglia.

También funcionaban un Cabildo, cuyos representantes se renovaban anualmente; un Cementerio, la Casa de los Jesuitas, el Hospital, la Escuela y la Plaza Central. Las bases de las construcciones y las paredes se mantienen como en aquellos tiempos lejanos y se los va recorriendo bajo los fuertes rayos del sol litoraleño y el sonido de los pájaros que vuelan sobre la frondosa vegetación.

Una de las casas de las Ruinas de San Ignacio, poblado de los guaraníes administrados por jesuitas. Foto: @guilletaglia.

Este poblado alcanzó importancia por su potencial económico, cultural y educacional. Más allá de la misión de la Iglesia de imponer la religión a los guaraníes, los nativos lograron conservar varias de sus costumbres e idioma durante el proceso de evangelización.

Los orígenes, abandono y recuperación

Con el objetivo de evangelizar a los nativos, guaraníes en el caso de San Ignacio y poblaciones aledañas de lo que sería luego Argentina, Paraguay y Brasil, las misiones jesuíticas llegaron desde Europa en el siglo XVI.  San Ignacio Mini tuvo su primera ubicación en Guairá, actual estado brasileño de Paraná. Soportó ataques y saqueos, obligaron a su repliegue y traslado. 

La Orden Religiosa Católica de la Compañía de Jesús fue expulsada, por una decisión del rey Carlos III de España, de los territorios sudamericanos en 1768. Consecuentemente, durante largos años las Ruinas de San Ignacio quedaron abandonadas, las edificaciones se fueron deteriorando, las malezas y vegetación invadieron el terreno y las condiciones climáticas contribuyeron a la erosión. Además, parte del terreno fue tomado por nuevos pobladores. 

Hasta que, en 1940, el Gobierno argentino comenzó con su restauración y cuidado. Y hoy se ofrece como una interesante alternativa de turismo histórico y cultural. 

Árbol con corazón de piedra

Una de las curiosidades, producto de esos años de abandono, es una higuera brava que creció encima de una columna de piedra. Este tipo de ficus tiene esa particularidad: puede crecer y desarrollarse sobre distintos tipos de superficies duras, tal como ocurrió en las Ruinas de San Ignacio.

El árbol que creció encima de la columna de piedra. Foto: @guilletaglia.


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