“Lo que más deseaba era tener un nombre propio, minimalista”, evoca Gabriela, o la de las mil vidas.

En sincronía con la reedición de su vinilo de 1971 la editorial Marea dio a luz “Las mil vidas de Gabriela”. Un libro que evoca las memorias de Gabriela Parodi, una de las consideradas pioneras de las voces femeninas del rock nacional, en compañía de Celeste Carballo y Maria Rosa Yorio. 

En noviembre de 1971 sentó un precedente que se enmarcó en un auténtico hito en la música local: En el Velódromo de Buenos Aires se presentó por 30 minutos de cara a un público de cinco mil asistentes. Fue el espaldarazo que la estimuló a grabar su disco debut al año siguiente.

“Atravesé mi vida con demasiados apellidos. Parodi por parte de padre. Pero también Parodi Cantilo, Parodi Quesada, Molinari, Marrone. Apellidos de madres, abuelas, maridos. Y yo lo que más deseaba era tener un nombre propio, minimalista, así que cuando me preguntaron qué nombre artístico deseaba usar, sin dudar un segundo dije: ‘Gabriela’”, destaca.

A propósito de sus inicios, algo signados por el punk: “Yo estaba influenciada por Robert Plant e imitaba sus alaridos lo mejor que podía. Quise ser una mina ácida y llena de furia a la hora de cantar rock and roll”.

La reciente publicación detalla las situaciones que fue atravesando Gabriela y hace hincapié en un ítem puntual: Su experiencia en Los Ángeles entre la década de 1970 y los albores de los 90. Su travesía trabajando ilegalmente con una identidad apócrifa pero que a la vez la dotó de habilidades. Allí comenzaría a tejer alianzas que le abrirían puertas.  

“Me habían prestado una guitarra española. Yo cantaba canciones de Joan Baez, de Joni Mitchell, de Dylan, de Leonard Cohen, los artistas que tenía en mi tocadiscos, y empecé a cantar acompañada por la guitarra en un bar de Montmartre una vez a la semana. Eso es algo que todos los músicos deberían hacer como ejercicio: tocar y que no te escuchen”, revela.

Su proceso creativo encontraba estímulos como respuesta y le guiaban el camino: “Simplemente tenía la sensación de que podía estar frente a esa gente y provocarle sensaciones concretas. No me refiero a un poder omnipotente sino a la sensación de ser algo así como una chamana. Tampoco esto es tan raro porque siempre me interesó observar la magia que se despliega a nuestro alrededor, en lo cotidiano. De ahí, creo, salieron varias de mis canciones”.

”Siento que estoy recuperando mi voz. El libro fue sanador y me pone en el desafío de seguir viviendo de lo que amo”, concluye.

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