Todas las personas tenemos un delincuente dentro nuestro

Según el psicólogo Dan Airely, nuestra moral se basa en el autoengaño: cada cual hace un compromiso en el que las pequeñas infracciones están permitidas.

El gerente de una asociación que reclutaba a voluntarios –principalmente jubilados y amantes del arte– para vender artículos a turistas estaba preocupado por el elevado número de hurtos que se producía en su organización. Contrató a un detective privado, que descubrió a un empleado apropiándose indebidamente de algunos dólares, por lo que se le despidió de forma inmediata. Esta decisión, sin embargo, no solucionó el problema de fondo: siguió produciéndose un goteo de robos que al cabo del año se traducían en pérdidas considerables. El responsable finalmente se rindió a la evidencia: no había un único culpable, sino que la mayoría se había habituado a cometer pequeños y aparentemente intrascendentes sustracciones.

Según explica el psicólogo estadounidense Dan Ariely en Por qué mentimos (editorial Ariel), cuando se presenta la posibilidad de hacer algo incorrecto, nos embargan dos impulsos antagónicos. Por un lado, está el cálculo del beneficio que se espera obtener con la infracción; y por el otro, el deseo de mantener una imagen positiva de nosotros mismos, lo que los psicólogos llaman «motivación del ego».

En este tira y afloja se alcanza una especie de compromiso moral con unas áreas grises donde los pecadillos no nos manchan. Como resume Ariely, “nuestro sentido de la moralidad está asociado al grado de engaño con el que nos sentimos cómodos. En esencia, nos engañamos hasta el nivel que permite conservar la imagen de individuos razonablemente honestos”.

Teniendo en cuenta ambos impulsos, no es contradictorio que el mismo taxista que se aproveche de un turista llevándole por la ruta más larga luego detenga el contador antes de llegar al destino cuando transporta a un ciego, como pudo observar el propio Ariely. Por más que ansíe obtener mayores beneficios, existe un límite de lo que resulta inaceptable, como aprovecharse de una persona minusválida.

En este pacto mental que nos lleva a hacer la vista gorda a las pequeñas infracciones, jamás se tiene presente el impacto de nuestros actos por acumulación. No se contempla, por ejemplo, cuando alguien se lleva un paquete de folios de la oficina o vendas del hospital, y que los voluntarios de la asociación antes citada también ignoraron. Ariely añade que el mero recordatorio de una norma moral en situaciones en las que los individuos se pueden ver tentados a cometer un delito, o bien la simple firma de un código de conducta, pueden tener efectos preventivos.

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