“La sociedad argentina considera al carnaval más cerca de la barbarie que de la civilización”. La visión de Alicia Martín sobre el fenómeno de estos días.

Alicia Martín es alguien cuyos pergaminos le dan autoridad para opinar sobre ciertos contextos sociales. Fue investigadora del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano y es licenciada y doctora en Antropología por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

En una coyuntura de celebraciones por carnaval en todo el mundo, la docente calibró un enfoque sobre los festejos atravesados por la idiosincrasia nacional. “El origen del carnaval fue popular y se fue transformando. La fecha de las celebraciones forma parte del calendario litúrgico de la Iglesia Católica apostólica y romana, entonces tenemos una religión muy ascética, cargada en lo espiritual y muy condenatoria de los excesos corporales, que incorpora en su calendario todo lo contrario, representado en el carnaval. Eso es muy contradictorio”.

Martín señala: “Cuando se elimina el feriado del carnaval en la última dictadura militar se produce un golpe fatal para los provincianos que ya no pueden volver a festejar el carnaval a Jujuy, a Salta o a Misiones. Pero los militares reflejan algo que estaba presente en un sector de la sociedad. En realidad, la sociedad argentina considera al carnaval más cerca de la barbarie que de la civilización. Pero es gracioso, porque el gran pensador de la dicotomía entre civilización y barbarie, que fue Sarmiento.”

Y añade: “Sarmiento participaba activamente de las celebraciones del carnaval. Sarmiento decía que el carnaval no podía ser extinguido, porque es celebración del espíritu, que en los carnavales el pueblo se muestra tal como es y que el comportamiento del pueblo podía verse mejor representado en el carnaval que en una elección presidencial. Pero la sociedad  argentina es una sociedad aguafiestas, no es una sociedad festiva”.

En esa dirección, cita un ejemplo: “Tenemos el caso de Corrientes, que siguió muy de cerca lo que se producía en Río de Janeiro. El sambódromo de Río se oficializa a fines de la década del cincuenta y, en ese momento, la clase media y alta de Corrientes ya veraneaba en Brasil, porque para ellos ir a las playas de Brasil tiene la misma distancia que ir a la costa bonaerense, entonces, los correntinos empiezan a vivir el carnaval con mucho calor desde hace muchas décadas. Corrientes tiene un carnaval muy asociado a lo afro, a la batucada”.

La autora de ensayos como Carnaval y murgas: parodiando la realidad; Cultura y patrimonio nacional; Murga y carnaval en las políticas culturales; Proceso de tradicionalización en el carnaval de Buenos Aires, agrega: “Es lo mismo que después adopta Gualeguaychú. Ahí hay decisiones conscientes de un sector de la sociedad de revitalizar el carnaval, que es lo que hizo Gualeguaychú en la década del setenta, para intentar que los jóvenes no se vayan de la ciudad. En cambio, la aristocracia porteña tiene otra relación con el carnaval.  La sociedad alta argentina, los terratenientes, festejaban a su manera los carnavales, hacían fiestas en sus residencias, pero rechazaban el descontrol que hay en el carnaval”.

Martín se basa “en las crónicas del fin del siglo XIX, donde siempre se muestra que terminaban presos inmigrantes italianos porque mojaban con aguas no demasiado pulcras el carruaje en el que viajaban damas de familias patricias y les arruinaban los trajes. Bajtin dice que en el carnaval no hay espectadores porque no es una forma del arte, es una forma de la vida. Es la vida que se expresa en toda su magnificencia. Es la corporalidad llevada a su máxima expresión sin ningún tipo de límite”.

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