Alberto Laiseca y la literatura como salvación

Un repaso por la vida y la obra del inolvidable escritor, cuentista, actor y narrador.

Por Gastón Dufour

A 24 años de la publicación de la más genial (y voluminosa) obra del escritor Alberto Laiseca, «Los Sorias» (Ediciones Simurg, 1998), el recuerdo de una sentida entrevista realizada en 2012 (cuatro años antes de su fallecimiento) donde repasa su experiencia como escritor, como transmisor de su conocimiento a través de los talleres que dictó y su mirada del futuro del hombre y la literatura, del miedo y el poder.

¿Cómo es su proceso de creación?

Yo siempre escribí con un plan de obra, sea cuento o novela. Esta vez me di cuenta de que no podía escribir con un plan. «Los Sorias» es demasiado larga, es la historia del poder. Es muy difícil resumir la humanización del dictador, el poder es necesario. Ahora bien: ¿qué hacemos con él? De la misma manera, «Beber en rojo» es la humanización del monstruo; es Drácula, mi versión de Drácula. Hasta empieza con el mismo estilo de Bram Stoker, y con personajes de Bram Stoker. Sólo que la trama es totalmente distinta, y el final también, claro.

Diez años llevó a su autor culminar su libro y otros dieciséis publicarlo, a través de la editorial Simurg.
Foto: Ediciones Simurg.

¿Cómo y cuándo comenzó con los talleres literarios?

Fue hace muchos años, por una mujer que decía que la plata no alcanzaba en la casa. Ella me dejó, pero los talleres quedaron.

¿Cuántas decisiones de las que se toman tienen que ver con una mujer?

Creo que todas. Como he dicho muchas veces, en el otro mundo, el cual existe, no hay ni tetas ni cerveza, entonces hay que tener todo lo que uno pueda, acá. Y por eso uno hace lo que hace. De todas maneras, con los talleres obtuve muchas cosas. Si bien empecé por motivos mercenarios, o por una mujer, me hicieron crecer los alumnos, cosa que no me esperaba. Yo los hice crecer a ellos, pero ellos también me hicieron crecer a mí, lo cual no me esperaba. Fue una grata sorpresa.

¿Qué piensa respecto de los límites que se traspasan cuando se crea una historia?

¿De vivir el libro que uno está escribiendo? El libro que estoy escribiendo ahora no puede ser más vivido. Es sobre la guerra de Vietnam. Vietnam significó y significa mucho para mí. Es más, desde los tres años que estoy en Vietnam, así que debo ser el veterano más viejo. Y la guerra no se termina. Y no sé qué hacer para salir de Vietnam. Esto es una cita de Bradbury, de «La lluvia», un cuento de «El hombre ilustrado». Unos expedicionarios se han perdido en Venus, y en Venus llueve constantemente. No pueden encontrar la cúpula solar y la lluvia no los deja dormir, no los deja descansar, y los expedicionarios se van volviendo locos uno por uno. Y uno termina diciendo en forma repetida: No sé qué hacer para salir de esta lluvia, no sé qué hacer para salir de esta lluvia. Y yo lo mismo, no sé qué hacer para salir de Vietnam.

¿Siente que la guerra aún continúa?

Se supone que la guerra se terminó, pero no para mí. Y estoy escribiendo eso. Yo siempre, sea cuento o novela, escribí con un plan de obra; esta vez me di cuenta de que no podía escribir con un plan. Tenía que ser así, espontáneo, como era espontánea la guerra de Vietnam. Nadie, ni siquiera el enemigo, sabía muy bien cómo era la cosa; también para ellos era espontáneo, y eso estoy escribiendo. Así que estoy muy implicado en mi novela; en realidad estoy muy implicado en todas mis obras… como con las mujeres. 

Laiseca: «Yo he tenido que vivir una vida con mucho miedo. Creo que la literatura ha sido mi salvación: primero, leerla; después, escribirla».  

¿Qué piensa respecto de la religión? 

Yo soy creyente. El asunto es que mi religión es muy propia, tengo la mía. No se puede decir que tengo una religión determinada. No me meto con las religiones de los otros, pero tampoco trato de militar con la mía, cualquiera sea ésta. Pero también tengo adoración por los santos. En fin, es una mezcla extraña.

En un reportaje dijo que las máquinas nos amargan la vida. ¿Cómo ve eso ahora?

Bueno, algunas máquinas nos dan la posibilidad de alargarnos la vida. La idea era ésa, originalmente. Pero, por desgracia, algunas máquinas nos están acortando la vida y la felicidad. La inventaron los hombres, y hasta con buenas intenciones. Mejorar la comunicación, tener memoria para guardar archivos, que sea más fácil trabajar. Mucho me temo que la puesta en marcha de la imaginación esté en grave peligro en este momento.

¿Cómo cree que influye la tecnología en esa teoría?

Hay muchos chicos usando internet ahora, pero van a ser nuestros futuros médicos, economistas, ingenieros, abogados, investigadores. ¿Cómo van a trabajar sin imaginación? 

Considerando que se va tomando información de lo que lee y de lo que absorbe para crear.

Ni hablar de la literatura, literatura no va a existir a este paso. A nosotros, cuando éramos chicos, los libros nos salvaron la vida. La imaginación no sirve sólo para la literatura, sirve también para la física, la medicina, la abogacía. Lo único que lograrías en un laboratorio sin imaginación es copiar las boludeces de otros; para eso hay que leer novelas e historietas. Sin embargo, cada tanto aparece algún chico que me dice que hay una cantidad de gente que está escribiendo. Y yo digo: bueno, ojalá esté equivocado; por una vez no quiero tener razón.

¿Sería como una especie de “Farenheit 451”, salvando las distancias?

Sí, es una especie de “Farenheit…”. Y espero que fracase. Y que exista gente que además de repetir, cree. Ni siquiera se asemeja a la Inquisición, porque entonces se escribían cosas ocultas. A muchos les costó la vida, pero otros se salvaban y dejaban una semillita para más adelante. Muchas veces los inquisidores no se daban cuenta de lo que estaban dejando publicar, se daban cuenta cuando era tarde.

«Nunca pensé que iba a coincidir ideológicamente con Bradbury, en cuanto al odio a los excesos de la tecnología». Foto: Luciana Granovsky, 2016.

¿Qué puede decir de sus novelas?

Creo que todas mis obras son maestras. Y como siempre digo, tienen unas características de las cuales no gozan otras obras de otros autores. Se da una extraña paradoja: cada una de mis obras es mejor que todo el resto de mis obras juntas. Oh, paradoja.

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